Como no puede ser de otra forma, se anuncia con una serie de catástrofe naturales que sacuden el mundo. Entre ellas, un espantoso invierno que dura tres largos años. Los ángeles trompeteros del texto de San Juan son sustituidos aquí por el canto histérico de los tres gallos de los infiernos: Fjalarr, Gullinkambi y el Gallo rojo del hollín. Excitado por lo que se avecina, el encadenado Fenrir se hace sordo al dolor y encuentra las fuerzas que le faltaban para sacudir y romper las cadenas que hasta entonces lo sujetaban.
Babeando y aullando de furia, se planta delante del Sol y la Luna, y los engulle sin piedad. Yggdrasill tiembla de la copa a las raíces y los mundos a él unidos se convulsionan horrorosamente. Loki también consigue liberarse y huye a Hel, donde, consumido por la venganza, acepta convertirse en piloto del drakkar construido pacientemente con las uñas de los muertos y que conduce en su interior las hordas de criminales muertos.
Este barco desempeña un papel importante en este acto final, pues Ragnarok se desatará precisamente cuando haya sido terminado de construir, no antes, por lo que el fin del mundo depende, en el fondo, de la propia humanidad.
La Lucha de los Dioses
Del fondo del mar surge Jormungandr, la gran serpiente de Midgard, otro monstruo poderoso que provoca una inundación masiva. Los gigantes, sin tierra en la que guarecerse, se suman a la tripulación del barco de Loki. Uno de ellos abrirá el camino a las tropas maléficas. Se trata de nuestro viejo conocido el colosal Surtr, quien, al mando de los gigantes de fuego de Muspellheim, encabeza el asalto al Walhalla, trepando por Bifrost.
Los cascos de sus corceles de fuego resquebrajan y desmoronan el arco iris a medida que cabalgan hacia Asgardr. El dios Freyr se le enfrenta valerosamente, pero cae ante él. Comienza entonces una brutal matanza en la llanura de Vigrid, que destruirá prácticamente el universo conocido.
Odín cabalga sobre Sleipnir, liderando a los dioses.
Se abalanza sobre el lobo Fenrir, cuyas mandíbulas tremendas se abren de par en par para tragarse a ambos. Su hijo Thor contempla el horrendo espectáculo sin poder ayudarle, porque se ve envuelto entre los anillos de Jormungandr, que exhala sobre él su aliento ponzoñoso. Thor hunde el corazón de la bestia gracias a Mjollnir, pero cuando sus anillos se aflojan y vuelve a quedar libre, apenas tiene fuerzas para caminar nueve pasos antes de caer rodando, sin vida.
Entre tanto, Odín será vengado por el dios Vídar, el silencioso, quien, montándose a horcajadas sobre Fenrir, consigue partirle en dos con un chasquido sobrenatural. El malvado perro de Hel, Garmr, ataca a Tyr y se lo traga igual que Fenrir hizo con Odín, pero en este caso Tyr aún conserva suficientes fuerzas para, antes de morir, apuñalar el corazón de la bestia desde su interior.
Loki y Heimdallr se encuentran frente a frente y el choque entre ambos es como el de dos llamaradas estelares que se consumen la una a la otra al ponerse en contacto: ambos quedan reducidos a cenizas.
Por toda la llanura se observa el mismo panorama: las valquirias y los berserkir se enfrentan sin piedad a los muertos y a los gigantes y todos los seres extraordinarios de la historia van pereciendo unos contra otros hasta que, en la locura de la hecatombe final, Surtr arroja las últimas andanadas de fuego y el cataclismo se consuma.
Después del Ragnarok
Después de esta hecatombe, reina el silencio y la quietud. Da la impresión de que todo ha terminado definitivamente, pero no. Una antigua profecía asegura que cuando Ragnarok se haya consumado, la tierra volverá a brotar de las aguas, hermosa y verde.
Y allí, en Idavollr, la Llanura Brillante donde antaño se levantaba Asgardr, encontraremos a los supervivientes del cataclismo. Para empezar, Vidarr y Vali, muchacha y muchacho que llegaron de la región del oeste gracias a Odín. Entre la hierba encontrarán las maravillosas tablas de oro en las cuales fue grabado todo el saber de los hombres y los dioses. Junto a ellos, los dos hijos de Thor que lograron sobrevivir a la gran batalla contra el mal: Modi y Magni, que aún poseen Mjollnir. También regresan del infierno los hermanos Balder y Hódr.
Y dos humanos, que cuando comenzó el desastre fueron lo bastante hábiles para esconderse en el llamado Bosque del Tesoro, entre las ramas de Yggdrasil: son Lif (vida) y Lifthrasir (deseo vital).
Entre todos van a repoblar las tierras. Y aún más: arriba, en el cielo, hay un nuevo sol, pues antes de perecer, Sol ha tenido tiempo de parir a su sucesora: una niña tan hermosa como ella.
Quién sabe, algunas leyendas auguran que más adelante incluso el resto de los dioses podrían regresar de la muerte. Al fin y al cabo, los mitos de los nórdicos demuestran que de alguna forma comprendían el concepto de que nada se destruye realmente, sino que se transforma en otra cosa y de esta manera sigue existiendo en la eternidad.
Ahí nació el dragón Fafnir. Paradójicamente, el destino vengó sus fechorías a través de su hermano Regin, que, tras emplearse como herrero del rey, acabó siendo el padre adoptivo de Sigurd, hijo de Sigmund y protegido de Odín. Enseñó al chico muchas artes e idiomas, así como las runas.
Sigurd es el nombre escandinavo; en alemán es Siegfried y, para nosotros, Sigfrido. Él acabaría dando muerte a Fafnir en un combate épico, una hazaña de juventud que le acreditaría como uno de los principales héroes de su tiempo.
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